Visión CR

Van Gogh nos invita a sonreírle al arte

Óscar Arias,

expresidente de la República


Van Gogh trasciende el plano puramente pictórico, nos enseñó a mirar el mundo de una nueva manera

Este mes se presenta en Pedregal una peculiar exposición de muestras pictóricas de Vincent van Gogh y otros grandes artistas.

La pintura —la plástica en general— ha sido una de las grandes obsesiones de mi vida. He literalmente erosionado las suelas de mis zapatos recorriendo los más importantes museos del mundo.

Lo he hecho con fervor, con devoción de peregrino, deslumbrándome ante los prodigios que estos mágicos espacios encierran.

En mi libro Con velas, timón y brújula, incluyo tres testimonios del sobrecogimiento casi místico que experimento ante la belleza artística. Sus títulos son “Pavarotti”, “Aprendamos a vivir la vida como tocamos música” y “Nuestro pasado común”.

Pero, aparte de estos textos, formulo de mil maneras y en mil diferentes espacios lo que el arte representa para mí. Y puedo afirmar con absoluta convicción lo siguiente: el arte ennoblece, dignifica y embellece la vida.

Expande nuestras inteligencias, nos permite un conocimiento íntimo del alma y es un valiosísimo testimonio de nuestra historia, desde las pinturas rupestres de Altamira hasta las más recientes propuestas que los artistas nos ofrecen. Sí, la vida es más rica, más polícroma y multidimensional gracias al arte.

Sinceridad

El estremecimiento estético es mucho más que una grata sensación en el alma, un agradable cosquilleo de nuestras terminaciones nerviosas. ¡Es una revelación, una epifanía: es la Verdad que se quita el velo y se muestra ante nosotros desnuda!

Pienso en Juan Ramón Jiménez cuando exclama “¡Oh, pasión de mi vida, poesía desnuda, mía siempre!”. El arte desnuda nuestras almas y las expone ante el mundo, mucho más de lo que los propios artistas sospechan.

Creo que si supieran hasta qué punto su obra los delata, serían quizás más púdicos y prudentes al dar al mundo su trabajo, pero está bien que no lo sepan: así, además de bello, su arte será sincero.

Van Gogh es uno de los grandes dioses de mi panteón personal de la belleza. Es un hombre que trasciende el plano puramente pictórico: Van Gogh nos enseñó a mirar el mundo de una nueva manera.

Nos descubre un universo paralelo, que siempre ha estado ahí, y para el cual éramos ciegos. Revela una inexplorada provincia del ser. Su efecto es tanto metafísico como estético.

Su pintura tiene un inmenso valor gnoseológico, epistemológico y cognitivo. De nuevo: Van Gogh es un maestro que nos enseña el arte y la ciencia del mirar, mirar de una manera que no creíamos posible. Es más un iniciador en un saber oculto que un simple pintor.

Lenguaje común

En “Nuestro pasado común”, expongo dos ideas que me parecen fundamentales. “El arte es lo que permanece, porque es la corriente sobre la cual navegamos” y “Siguiendo el hilo del arte, se desenreda la madeja de la humanidad”.

La belleza es nuestro lenguaje común, es un idioma universal. En ella descubrimos lo que nos une como seres humanos, la compartida latitud espiritual que habitamos. Y descubrimos también lo que nos une con seres humanos que vivieron hace más de quince mil años: el techo de las cuevas de Altamira, hermosamente decoradas, es descrito como la Capilla Sixtina del arte rupestre.

Esos anónimos artistas, que ahora viven en su obra y cuyo nombre por siempre ignoraremos, son nuestros hermanos en el culto a la belleza. No eran rústicos e incultos cavernícolas: eran ya homines aestheticus.

Lo eran de manera tan sofisticada como lo fue Miguel Ángel al crear en ese sagrado techo la visión estética más cercana al paraíso que en esta vida podremos disfrutar.

Esas pinturas neolíticas tienden un puente virtual que nos permite ir al encuentro de nuestros antepasados en la historia atávica y estrechar sus manos fraternalmente. Porque el arte es también —y por ello se comprende el respeto que por él siento— un magnífico agente al servicio de la paz y la hermandad entre los seres humanos.

Guerra en Ucrania

El arte es mi pasión aunque he consagrado mi vida a la política, pero sé que el arte quedará ahí donde la política será pasto del olvido. La política ha sido el músculo de mi alma, pero el arte ha sido su alimento, su nutriente, el combustible que me ha permitido seguir adelante con mis quijotescas visiones, con esos proyectos que he visto fructificar y llevar a feliz término.

Si los costarricenses fuimos capaces de silenciar las armas en nuestra región hace 35 años mediante la diplomacia, ¿cómo es posible que hoy, cuando se libra una guerra muy parecida a la centroamericana en la que Ucrania pone los muertos y las potencias las armas, no aparezca un líder capaz de sentar a Zelenski y a Putin alrededor de una mesa de negociación?

El mundo se ahoga en el más vulgar sanchopancismo. Nos hacen falta quijotes. El péndulo de la historia siempre ha oscilado entre los valores del delirante caballero sediento de aventuras y de hazañas consideradas inalcanzables —como el Plan de Paz para Centroamérica— y quien es incapaz de ver más allá de la realidad monda y lironda.

Aunque es de justicia observar que, cuando es consagrado gobernador de la ínsula Barataria, Sancho se quijotiza y asume una visión del mundo más idealista, menos anclada en la peatonal realidad de la vida mundana.

Debemos reencontrar el quijote que nos habita, que reside en los más profundos rincones de nuestras almas. Reencontrarlo, sí, y ponerlo a cabalgar nuevamente.

Compañero leal

El arte operará esta función, esta perentoria transformación. Espero con ansia la exposición de Van Gogh: creo que los costarricenses deben procurar extraer de ella tanta savia espiritual como les sea posible.

Por otra parte, también podemos disfrutar en el Museo del Jade una colección de ochenta cuadros que son “rapsodias” o “temas y variaciones” de Salvador Dalí sobre los aterradores presurrealistas Caprichos de Goya. También esta exhibición merece nuestro tiempo y nuestra atención.

Debemos sonreírle al arte, y él nos devolverá la sonrisa. El arte es un compañero leal y solidario: estará con nosotros hasta el final de nuestras vidas. Hará nuestras existencias más plenas y felices, y en momentos de pena y desolación las hará más soportables y llevaderas.

Quiero que los costarricenses adivinen sus vidas en la contemplación del arte, sentir el espíritu de los grandes genios universales y salir al mundo a conquistar sus sueños. Ese es el deseo de quien durante toda su vida ha sido un soñador.

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