Álvaro Campos Solís, periodista
Los grupos más conservadores de América Latina no salen de su asombro al observar cómo los partidos de la izquierda poco a poco van asumiendo el control político en la mayoría de los países de la región. Cae el mito de que solo la derecha puede gobernar en la empobrecida América de habla hispana y portuguesa. Los pueblos no perdonan. Igual que la llama, animal de carga del altiplano de los Andes, escupe al amo cuando le ponen más carga de la que aguanta.
A pesar de que el trago les resulta amargo y difícil de digerir, no parecen dispuestos a buscar las causas de su debacle. Los dirigentes más prominentes del conservadurismo tendrían que comenzar por aceptar que ellos fomentaron la injusticia social, ya que mientras los poderosos se servían con cuchara grande a los pobres los atendían con la ayuda de un gotero. Hoy las cifras del desempleo son aterradoras.La pobreza y la miseria resultan escalofriantes.
Los votos en las urnas serían evidencia de que la derecha se había convertido en arquitecta de la desigualdad social.
Por su parte, los líderes progresistas, ahora convertidos en gobernantes, asumen el reto de darle respuesta a las demandas de grandes sectores de la población que desde hace décadas sufren las consecuencias de la exclusión social. Partamos de que, si quieren hacer un buen trabajo, no tendrán tiempo para revanchas ni ajustes de cuentas. No hay tiempo y la lógica recomienda llevar la fiesta en paz.
El proceso de independencia política y económica se va generando poco a poco y sin mucho ruido. Y, lo mejor de todo, sin violencia. México, Belice, El Salvador, Honduras, Colombia, Perú, Bolivia y Argentina buscan la forma de conducir su propio destino.
Se dan cuenta que el Tío Sam tiene serios problemas de caja y que su prioridad es la seguridad que consume gran parte de su riqueza.Llama la atención que ahora la atención de los problemas sociales y las demandas en el campo de la infraestructura vial no figuran en el mapa de las urgencias en la nación norteamericana.
En el caso de nuestro país, aún no está claro cuál es la ruta que el gobierno de Rodrigo Chaves se propone transitar en estos cuatro años. Es Evidente que el presidente socialdemócrata no simpatiza con la izquierda. Su problema es que los grupos de la derecha y la extrema derecha no lo aceptan en sus filas y permanecen atentos a todos sus gestos para debilitar su gestión gubernamental.El discurso del presidente les sirve como señuelo.
Al margen de empatías, podemos reconocerle al presidente Chaves que en mes y medio de gestión se haya dado a la tarea de identificar a los parásitos que han vivido a costas del Estado. Y a pesar de esa conducta, a esa plaga mucha gente les rinde pleitesía, por cálculo político.
Si permanece callado cuestionan su silencio. Si habla directo, para que lo entienda el pueblo, inmediatamente surgen las voces disidentes. Es posible que esa conducta responda a que, en el seno de los partidos de la oposición, haya comenzado la campaña política, de cara a las elecciones del 2026. La recuperación del poder resulta determinante para el futuro de al menos tres partidos políticos: Liberación Nacional, Unidad Social Cristiana y Nueva República. Su vigencia pende de un hilo muy delgado.En el PAC las cosas se mueven a otra velocidad, en torno al liderazgo del expresidente Carlos Alvarado.
Podrían aprovechar esta coyuntura para intensificar la búsqueda de líderes valientes e inteligentes, capaces de enfrentar con éxito a los reaccionarios de dentro y fuera del país. Sería un homenaje a don José Figueres, Rafael ÁngelCalderón, Manuel Mora y al obispo Víctor Manuel Sanabria. Líderes indiscutibles del siglo XX
El anhelo de independencia política y económica por parte de los nuevos gobiernos latinoamericanos, con sello de izquierda, no los convierte en enemigos de ninguna nación desarrollada. Ciertamente, juntos envían un mensaje contundente a los centros del poder mundial: buscamos el bienestar de nuestros pueblos en un plano de respeto mutuo.
En ese sentido, uno de los ejemplos lo constituye el ex presidente de Uruguay, José Mujica, un exguerrillero de izquierda que al mando de la nación sur americana se granjeó el respeto y la admiración de su pueblo, periodistas y políticos. Su figura adquirió fama mundial. En su última presentación en la ONU, la Asamblea General le tributó un aplauso de pie.
Otra figura relevante es el ex presidente de Brasil, José Inácio Lula, un obrero y sindicalista que gobernó entre el 2003 y el 2010.
El retolatinoamericano no tendrá el éxito deseado si naciones como Estados Unidos, China y Canadá no les tienden la mano hasta convertirlas en el dique ideal, capaz de evitar así las migraciones masivas en busca de mejores condiciones de vida. Bastantes problemas tienen las dos naciones norteamericanas con el flujo masivo de migrantes que llegan de todo el planeta.
Cabe destacar que el progreso de América latina tiene que ser visto como un excelente negocio, tanto para los pueblos de la región como para la economía de las naciones ricas. Lo más importante es que si todos los pueblos de la región alcanzan a satisfacer las tres comidas diarias es posible que el flujo de drogas hacia el norte y de armas hacia el sur se reduzca de manera sustancial.
Es posible, también, que los índices de delincuencia experimenten una reducción significativa. Como dice un comentarista de la televisión mexicana: los pueblos requieren de más becarios y menos sicarios, menos balazos y más abrazos.
El ideal sería convertir a nuestra américa latina en un próspero mercado y no el vecino que llama a las puertas de los poderosos en busca de sal y algo para echarle a la olla, un día sí y otro también.
Ese estado de prosperidad también depende de los grandes capitales cuyos propietarios, llevados por la avaricia y la ambición, han preferido depositar montos millonarios en paraísos fiscales con tal de evadir el pago de impuestos en lugar de invertir allí donde forjaron sus fortunas. Los más ricos deben entender que en caso de un conflicto político-militar de gran envergadura, debido al reacomodo del poder mundial, no habrá paraíso fiscal que garantice la seguridad de sus finanzas. Pueden estar seguros de que una crisis mundial también contribuirá a la evaporación de toda esa riqueza que hoy permanece ociosa en inmensas bóvedas bancarias
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