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El jaguar, un símbolo que no se debe extinguir

Adriana Núñez, periodista Visión CR

Al examinar la lista de animales que históricamente han sido representados por nuestros ancestros indígenas a través de distintas manifestaciones culturales: leyendas, tradiciones, cerámica y objetos decorativos, nos damos cuenta de que la potente figura del jaguar ocupa un sitial de preferencia; este felino que aún en nuestros días y gracias a esfuerzos del sector público y privado sigue rondando nuestro territorio, se ha adaptado a una gran diversidad de hábitats y regiones, entre los cuales se pueden encontrar zonas tropicales, subtropicales, sabanas, pantanos, etc.

De acuerdo con la publicación titulada “Iconografía y significado del jaguar en pueblos mesoamericanos: Chorotegas y Nicaraos” realizada por Paz Cabello y publicada por el Museo de América de Madrid, para esas culturas el felino, en la figura de tigres y especialmente jaguares, simbolizaba a varias deidades asociadas a su vez a distintos procesos y fenómenos naturales.

Paz Cabello Carro (1949) quien cursó la especialidad de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid, trabajó desde 1974 con las colecciones precolombinas del Museo de América, donde llegó a ser la directora hasta 2008. Tras su salida del Museo, se integró en Patrimonio Nacional  de España como conservadora-jefe de las colecciones reales hasta su jubilación en el año 2014 y está considerada un referente importante entre quienes han estudiado la cerámica precolombina.

Paz Cabello es una de las investigadoras que analizó muestras de cerámica precolombina y resaltó la figura del jaguar como símbolo de poder para los pueblos centroamericanos. Está considerada un referente importante en la temática (Foto Paz Cabello archivo personal)

Entre las divinidades presentes en el análisis de las imágenes plasmadas en vasijas y otros objetos decorativos, la autora menciona tanto a Tláloc, “el que está cubierto de tierra”, dios mesoamericano del “agua celeste” como a “Tezcatlipoca”, nombre con el que se le conocía “entre los chorotegas y posiblemente también entre los nicarao, quien simboliza preferentemente al dios de la lluvia, deidad que soporta sobre su figura gran parte del contenido religioso-filosófico que los nahuas mexicanos atribuyeron después a Quetzalcóatl”

Los dos pueblos mesoamericanos, sujetos del estudio de Cabello, se asentaron en lo que ella denominó “la baja Centroamérica” y legaron para la historia, “una rica iconografía pintada y modelada en sus cerámicas policromas” Agrega la autora que en estas piezas decorativas “el jaguar es uno de los temas más usuales”. Según la investigadora, “la cerámica Luna, en sus diversas variantes, tiene como tema reiterativo en múltiples versiones al jaguar con su significado de fecundidad que le relaciona con el dios de la lluvia”

La alfarería que produjeron los pueblos del continente americano antes de la llegada de los europeos a América tiene al menos 7500 años de historia.

En Costa Rica, especial atención ha merecido la cerámica nicoyana, representativa de la cultura de la Gran Nicoya, que se desarrolló por espacio de 2000 años y abarcó parte del Pacífico nicaragüense y el Pacífico norte de nuestro país, donde se ubica la actual provincia de Guanacaste. Por su gran calidad y acabados, durante la época prehispánica dicha cerámica llegó a convertirse en un preciado producto de intercambio comercial con otras regiones de Mesoamérica y Sudamérica.

Jaguar: símbolo común a distintas culturas

Según el estudio Cerámica monocroma esgrafiada/incisa de la Gran Nicoya (siglos I-XVI d.C.) de Gilles Desrayaud, “el cruce de datos iconográficos en relación con la organización espacial del decorado y de las formas funcionales de las piezas permitió demostrar el origen cultural istmeño de esa tradición, centrada en el noroeste de Costa Rica para la Gran Nicoya. También pudo comprobarse la expansión gradual de una fuerte influencia mesoamericana a partir del siglo IX d.C. en Guanacaste, lo cual corrobora las hipótesis etnohistóricas acerca de la llegada de grupos norteños en la zona”.

El jaguar es una especie en peligro de extinción (Foto: Dennis Van Linden)

Una de estas imágenes frecuentes que caracteriza a las distintas culturas mencionadas, es precisamente la del jaguar, el felino más grande de América, símbolo de poder y de astucia, representado incluso en los emblemas de los jefes, caciques mayores y altos sacerdotes chamánicos y en otros tipos de artefactos decorativos de piedra y oro.

Los mayas, estrechamente ligados a los chorotegas, también lo relacionaban con el inframundo y con el Sol Nocturno, dado que el jaguar -gracias a su aguda visión- es un animal que sale a cazar tanto en el día como durante la noche. Según estudiosos mexicanos, su nombre proviene de la lengua Tupí-guaraní “yaguara” que significa “el que caza de un salto”.

“El color de su pelaje y marcas son muy similares al leopardo, con fondo amarillo y grandes manchas negras. Se ha calculado que los jaguares son solo 1.2 veces más largos que los pumas, pero poseen una fuerza en sus mandíbulas hasta 1.6 veces más fuerte, lo que les brinda la capacidad de matar presas de mayor tamaño con solamente una mordida a través del cuello o el cráneo” (Carrillo, 2000)

Esfuerzos regionales y nacionales

Según la Fundación Jaguar, asentada en Costa Rica, estudios sobre el estado de vulnerabilidad de este “poderoso” animal realizados en los años 70, indicaron que la especie se encontraba en peligro de extinción en el continente americano y que, en el país, “sus poblaciones silvestres se habían reducido drásticamente en las últimas décadas por la alteración de su hábitat y caza indiscriminada.”

No obstante, pasarían aún varias décadas más para que dichos estudios generaran el interés de un grupo de empresarios, quienes unieron esfuerzos y crearon el Fideicomiso – Programa de Protección Jaguar, el cual inició sus actividades el 20 de diciembre de 2007.

Figura precolombina de jaguar en oro (Foto archivo)

El jaguar, cuyo nombre científico es “Panthera onca” vive aún en 18 de los 21 países latinoamericanos y, de acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), para 2021 “solo quedan 64,000 ejemplares en vida silvestre”, el 90 % de ellos en la Amazonia.

En la actualidad, en nuestra nación se le puede encontrar en el Parque Nacional Guanacaste, en el complejo de bosque Arenal-Monteverde, algunas áreas boscosas cerca de la frontera con Nicaragua, Tortuguero, Barra del Colorado, Corcovado y la Reserva de la Biosfera de la Amistad en la Cordillera de Talamanca.

A diferencia del manatí, el perezoso o la carreta, el jaguar, expresión de poder y fuerza, de vida y fertilidad, no se encuentra aún incluido en la lista de los “símbolos nacionales”. Una lástima, pues su estilizada y hermosa figura, su astucia, fuerza y resiliencia, su generoso tránsito a través de nuestro continente, constituyen signos muy positivos que se remontan a nuestro pasado precolombino. Y definitivamente, los esfuerzos para preservar esta majestuosa especie son más que necesarios.

Es preciso resaltar que la representación de Costa Rica que acudió a la XIII Reunión de la Conferencia de la Convención sobre la Conservación de Especies migratorias del mundo, que se celebró en la India en febrero de 2020, logró la aprobación de una alerta de “máxima protección para el jaguar” lo cual obliga a todos los países a garantizar la conectividad de su hábitat, que va desde Estados Unidos hasta Argentina.

Dos años antes, en noviembre de 2018, varios países de Latinoamérica en el área de distribución de dicha especie y las principales organizaciones internacionales de conservación se unieron para lanzar el “Plan Jaguar 2030: Plan Regional para la Conservación del Felino más grande del Continente y sus Ecosistemas”, que fue presentado en la decimocuarta Conferencia de las Partes (COP-14) del Convenio sobre Diversidad Biológica efectuada en Egipto.

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