Visión CR

Drive My Car” y “Everything, Everywhere, All At Once

Gabriel González-Vega, crítico de cine


Dos recomendaciones de cine en cartelera.

Son muy diferentes en estilo, mas ambas son significativas en relevancia y valores.

Se anuncia ya “Drive My Car“, el filme japonés que obtuvo el Óscar a la mejor película en lengua extranjera, entre muchos merecidos reconocimientos. ¿Es una obra maestra? Pienso que sí, aunque no lo parezca ni lo pretenda.

Es muy japonesa -con las virtudes que esto implica, y universal a la vez, como el escritor ruso Anton Chejov en que se basa (gira alrededor de un montaje multilingüe de su célebre “Tío Vania”). La considero la mejor película que vi el año pasado, junto a “El poder del perro” que le dio a Jane Campion el Óscar al la mejor dirección.

Drive My Car

Superiores ambas, en mi criterio, a la inesperada pero en realidad previsible vencedora de Hollywood, “Coda“, de Sian Heder, un filme muy bueno y estimable, pero de otro nivel; más plano y convencional en su visión, más acomodado al gusto masivo y estándar, más obvio en su sentimentalismo y enésimo retrato de familia en crisis debido a la hija que abandona el nido y la empresa parental. Siendo la particularidad de la sordera de los protagonistas su mayor sorpresa e importancia. Aunque es una película cautivante, sin duda, que merece disfrutarse y que llama la atención sobre una de las tantas formas de discapacidad, es decir, de diversidad. Mas es de los premios con que más he discrepado; lo cual no importa y es parte del abanico de criterios.

El esmerado y pausado drama de Rysuke Hamaguchi, traducible como “Maneja(r) mi auto” está basado en un cuento del laureado Haruki Murakami. Como si de una obra del pionero Yasujiro Ozu se tratara, se abre lenta y discretamente en un proceso de creciente complejidad y riqueza, hondura y trascendencia. Al final comprendemos y saboreamos el camino recorrido; el tránsito hacia la aceptación, el perdón y el alivio; con un sobrio vínculo afectivo y simbólico como legado en ese presente reconquistado. Un puente conceptual hacia el otro filme que recomendamos (“Everything…”).

Drive My Car” es una película exquisita. Su elegancia, precisión y sutileza son un deleite para el espíritu (¿recuerdan aquel dicho “esos increíbles japoneses?”, sí…) Su profundidad existencial es admirable; un recorrido fino y sagaz sobre la condición humana en la doble vertiente del montaje teatral y los viajes de los protagonistas. Un estilo de hacer cine que llamaría clásico y que asocio a mi pasión por el sétimo arte desde niño; a los filmes que me extasiaron hace más de medio siglo.

La sencillez y coherencia del relato y la puesta en escena son brillantes, con actuaciones naturales impecables y encuadres rigurosos que no distraen de los dramas humanos que con tanta sabiduría manifiesta. Sabiduría, esa es la cuestión.

Una madurez artística que es la de esa nación insular y por ende peculiar que tanto aprecio, a la que me acercaron más los muchos festivales de cine que hicimos con el Cineclub Diálogo y la embajada de Japón gracias a Osamu Takahashi y a otros amables funcionarios, y luego, en mi aleccionadora visita a la tan inmensa como ordenada Tokio y a la antigua Kioto en el 2 018, donde admiré esa magnífica armonía de valores tradicionales y desarrollo tecnológico; de radical reverencia por la vida y por el otro ser humano; el decoro, belleza y eficiencia característicos de ese pueblo.

Una cultura que inspira respeto, de la que tenemos mucho que aprender, y un filme notable, muy notable, que nos lleva lejos, que limpia el horizonte. Lo vi en vídeo en el televisor, en casa, luego de leer incontables elogios y, vaya, no me defraudó en ningún momento. Mas bien fue un sereno deleite anticipar su reconocida calidad y verla desplegarse en pantalla. El arte gusta, provoca; el arte libera.

Destellos

Quiero comentarles un poco -sí, por que da para muchísimo más- sobre la película de la que hoy (en el mundo del cine), todos hablan “Todo, en todas partes, a la vez”, del dúo Daniels (Daniel Kwan, Daniel Schneirt, jóvenes formados en Boston), autores de la llamativa Swiss Army Man”, nada menos que con Paul Dano y Daniel Ratcliffe, pero que aún no he visto. “Everything…” es un torrente de imágenes original y audaz, una ensalada de géneros hecha con una frescura y desparpajo que nos deja atónitos. Una explosión cinematográfica, donde el estallido crea un nuevo orden, un nuevo sentido.

Everything, Everywhere, All At Once

Basta la presencia de la excepcional actriz malasia Michelle Yeoh ¡vaya presencia! para justificar su visionado. A su destreza como bailarina desde niña, origen de su habilidad con las artes marciales que nunca estudió como tales (“Tigre y dragón”) agrega su enorme gama de emociones cuidadosamente elaboradas (como mi amada Meryl Streep). Su carrera es larga, diversa, fructífera (sea con James Bond en “El mañana nunca muere”, en “Star Trek”, de la que siempre fue fan; en “Memorias de una geisha” -su papel más difícil, dice, o en su compromiso con “The Lady” (Luc Besson) de Birmania -actual Myanmar- y el martirio de ese pueblo; o en los próximos “Avatar”). Leerla es impresionante; su visión del mundo es de una sabiduría rotunda. Es una artista y  ser humano excepcional.

A muchos les encantará el frenesí de carreras y peleas del filme (“Avengers” fans), de coreografías delirantes -a otros esto los agotará (a mi casi); para algunos lo mejor será su suerte de dadaísmo colorido y corrosivo en que todo vale y nada es lo que parece, un leit motif buñueliano, con ocurrencias que habrían hecho sonreír a Lewis Carroll (“Alicia en el país de las maravillas”). Me fascina el uso de los googly eyes (ojos saltones) que, detalle aparte, en Estambul aparecen por doquier.

A mí, en especial, me interesaron las alusiones a temas importantes, como en la serie “Matrix”, con la que tiene bastante cercanía. Trata asuntos acuciantes y de siempre, como etnias (la asiática en particular), migración y fallido “sueño americano”, lucha por la supervivencia (recuerden “Asuntos de familia”, “Parásitos”), familia y tradición (tema muy chino, como se ve en Ang Lee desde “Manos que empujan”), género y sexualidad (por cierto, la prohibieron en Arabia Saudita y otras teocracias misóginas y homofóbicas), con un par de breves escenas que tratan el lesbianismo que es de lo más certero y conmovedor que haya visto (y, bueno aún no he visto el absurdamente polémico beso en la de Disney…).

Y sobre todo, aprecio cuando se detiene a reflexionar sobre el sentido de la vida, en este viaje a las infinitas posibilidades de los multiversos.

Un tema fascinante cada vez más verosímil e inquietante. Con ecos de mis pensadores de cabecera, Sartre y Camus, de su crucial existencialismo. Filosofa el filme de hecho sobre el orden y el caos, sobre el ser y la nada. Vuelven la idea de J.L. Borges que ser Dios, ser todo, es lo mismo -una forma complicada de ser nada. ¿Si todo es posible, nada importa? ¿Será así?

Lanza, mediante sus estrambóticos personajes, ideas sugestivas sobre el origen del mal y la fuerza del bien (“Star Wars”). Pero lo hace sin solemnidad, con una comicidad generalizada que me encanta -tiene mucha comedia negra, en una mescolanza muy de esta época. Hoy no son los severos tiempos de Kant ni tampoco de Alan Turing, sino de las redes sociales tan desatadas como manipuladas donde todo gira, más allá de nuestra capacidad de entendimiento, como en una lavadora, en muchas lavadoras, como en la tienda.

Parece que el filme se burla de todo y de sí mismo, y a la vez, no deja de tomar la vida en serio. Aunque a veces incomoda por gore o por vulgar. También es ciencia ficción, y de la buena; no ciencia fantasía; hay bases factuales, hay especulación crítica razonable. Increíblemente, en ese barullo, tiene un mensaje sólido y claro, para nosotros, pequeños animales abatidos, al decir de Alejandro Sieveking. Un mensaje de optimismo, de esperanza, como salido de mis entrañable “Gog” de Giovanni Papini, o de ”El sétimo sello” de Ingmar Bergman”.

Hay que verla. Es única, y paradójicamente, está llena de  referencias cinéfilas -la de Stanley Kubrick ¿es parodia u homenaje? y de todo tipo. Hay que verla; no sale un filme así todos los días, ni todos los años. Es cierto que se alarga, que es excesiva, que está atiborrada… de todo, que marea y encandila. Pero, ¿acaso no es que de eso se trata? En un mundo actual donde la mayoría se siente perdido, abrumado, da en le clavo y le  habla directo al corazón a tanta gente confundida. Y le dice, sea bondadoso, pase lo que pase, sea bondadoso; sí funciona. En ese sentido el casting del bajito Ke Huy Kuan, retirado desde hace 20 años, fue perfecto; su apariencia, sus gestos, su actitud jovial y cariñosa (¡las galletas!). Así como el de la otrora despampanante Jamie Lee Curtis, aquí es una matrona amenazante, mas como todos, con su lado bueno.

Todo, en todas partes, al mismo tiempo” no es perfecta, pero es buenísima. Como el cine de Woody Allen, el de Adam McKay (“No miren arriba”), el de las hermanas Wachowski es irregular, impuro, extraño. Pero, vale. No es casi perfecto como “Drive My Car”, pero llega a su altura por otro camino. Hay que verla para amarla o para odiarla; o ambas cosas a la vez. Yo oscilé, en su largo y alargado metraje y al final, me cautivó. Conclusión: la amo; somos legión (como a Woody Allen, esa compañía multitudinaria no me gusta; mas qué se le va a hacer).

Omnia vincit amor (“El amor todo lo vence”, Virgilio),da a entender esta película surrealista y digo yo siempre. Pese a las conclusiones de Yuval Noah Harari sobre los algoritmos bioquímicos que somos (para quien leyó “Sapiens” y “Homo Deus” -también libros recomendadísimos). Véanla, si la soportan. Véanla, para que los inspire. En todas partes.

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