Visión CR

La figura y el mundo: Roberto Carter

David Loynaz Ortiz, cineasta

En la galería 01, ubicada en el segundo piso de una tienda de ropa “americana”, a tan solo unas cuantas cuadras del parque central, se encuentra en exhibición la exposición de Roberto Carter titulada “Aparición y Latencia”.

Esta muestra se constituye en una serie de siete piezas, en óleo, ubicadas en dos espacios. Una de ellas, está colgada sobre una superficie blanca, aislada del resto, y las demás en una recámara aparte.

Para la finalidad de este artículo se ha tomado el orden configurado por la galería y no necesariamente la cronología de creación de cada pieza. Se inicia con el espacio contenedor de los seis cuadros en línea con las manecillas del reloj y termina con la obra que se encuentra separada de las demás.

El primer óleo, que carece de titulación, al igual que el resto (menos la pieza aislada), denota una especie de figura humana de proporciones semejantes a las de un niño y contiene la estructura más anatómicamente precisa.  Las partes mantienen una relación métrica entre ellas y hay una demarcación clara entre las extremidades del cuerpo.

Esta especie de infante, sostiene dos objetos en sus manos. Uno de ellos asemeja una especie de pañuelo/nube. El mismo será un leitmotiv  que se repite a intervalos dentro de la misma exposición.  La figura no contiene ningún detalle en su superficie más allá de una boca que expresa una cierta alegría o juego y un par de formas ovales representando su mirada.

El cuadro utiliza como paleta cromática un abanico de tonos cafés. En específico: cedro, castaño, marrón y chocolate. Esta selección, ubicada en la periferia de lo monocromático, pareciera diluir la figura en su fondo, en su entorno. La misma pareciera tener una relación con su mundo de extensión e inmediatez.

También, esta obra es la única dentro de la colección que realiza una especie de movimiento. Pareciera imposible precisar qué tipo de movimiento. Sin embargo, es como si quisiera encarnar al movimiento per se. Un movimiento etéreo y lúdico. Su relación con el mundo, en palabras del artista y el texto que le acompaña, es una relación gaseosa. Pareciera difundirse en el fondo.

Desaparecer. No hay una resistencia directa entre ella y el mundo; pero sí existe una relación lógica de extensión y continuidad. En este momento se inaugura una especie de proceso dialéctico que va a instituir diferentes etapas de esta figura en cada obra.

Este movimiento estará vehiculizado por una danza entre la interioridad y la exterioridad marcada por el ritmo de la piel. Si, la piel. El artista, Carter, labora profesionalmente como profesor de anatomía y en conversación rescató la influencia de la piel en su práctica pedagógica dentro de la obra artística. Esta piel, como demarcación, como límite, entre la figura y el mundo.

No obstante, conforme nos adentramos en cada momento, podemos percibir cómo el mundo contiene a la figura y la figura es, de igual manera, la contenedora de este mundo.  Por lo tanto, en este primer cuadro, esta misma demarcación es un límite gaseoso, apenas perceptible, flotante. Las categorías de interioridad y exterioridad se invierten en cada momento o se funden entre sí.

La segunda figura inaugura el proceso dialéctico entre figura y fondo como la primera negación del momento primero. La misma se estatiza y pierde el dinamismo de la anterior. Asimismo, la demarcación de sus límites se vuelve más contrastada y la mirada está hacia algo fuera de sí misma. Este pareciera ser el momento en que la figura se sale de sí, y se hace extraña al mundo.

Por otra parte, el suelo adquiere un valor: hay un lugar. Y así, el ensimismamiento lúdico y fantasioso, cargado de una fogosidad de mínima densidad, adquiere un cierto peso. Esta es la primera vez que la figura sale de su lugar imaginario y se entrega a algo más allá de sí. La figura percibe este momento, que podría ser categorizado como el movimiento de la percepción, y que va a continuar en la pieza siguiente.

En el tercer cuadro, la figura se encuentra arrodillada, como si quisiera ajustarse el calzado que no tiene. Es también casi monocromática. Su relación con el fondo es de igual manera una relación gaseosa. Sin embargo, el contraste es ligeramente mayor.

De igual manera, tiene una nube sobre sí. Esta nube va a estar contenida en el resto de las piezas y es una nube que asemeja al pañuelo blanco que sostenía lo que parecía ser un infante en el primer óleo. Ambas interpretaciones o simbolismos van a ser intercambiables.

La nube podría representar la conciencia abstracta en sí. La misma es más grande que el pañuelo y flota sobre la figura. Se podría pensar que en la primera, había una relación más inmediata de la figura con su mundo, materializada además por su movimiento. En esta, hay una cierta distancia. La figura permanece estática, pero no es la estaticidad contenida en el resto de las piezas, es una inercia concreta.

Si en la primera, parecía que la figura se extendía sobre el mundo, en esta, el mundo pareciera intervenir sobre la figura. La figura pareciera estar en un mundo. Hay algo concreto que toma lugar, y la figura se arrodilla sobre este concreto, y al mismo tiempo, produce la nube, ya distante, ya no sostenida por la figura, que flota sobre la misma, como un resto, un residuo de esta intervención.

La cuarta pieza es semejante a la segunda. No obstante, la figura toma una cierta verticalidad. Está erguida y de frente. La nube le acompaña, sobre su cabeza. Curiosamente, sus proporciones son similares a la de una persona pequeña, o joven, algo así como un adolecente.

Posee una sombra sobre sus pies, lo cual le da una cierta materialidad. Singular suelo hemos venido observando durante las últimas piezas. Esta materialidad representa la última fase de lo que podríamos denominar el periodo gaseoso entre figura y fondo. No obstante, la diferencia principal es su relación con el espacio negativo. El mismo se amplia y magnifica. Esto da una sensación de continuidad pero también de despliegue. Hay una relación de despliegue y exteriorización.

La falta de contrastes fuertes permanece en estas primeras cuatro figuras. Están constituidas en su mayoría por diferentes tonos de un mismo color. La sombra demarca un primer lugar de esta figura en su mundo. Un lugar dentro del cual la figura pareciera reconocerse o afirmarse. La figura se afirma en este lugar y podría decirse que esta afirmación se produce por la estaticidad del cuadro pasado que produce un estado de conciencia o de conciencia primera a partir de la espacialidad temporal que produce el gesto universal de la cotidianidad.

En el quinto cuadro la figura destaca por un marcado contraste con el fondo. La misma se encuentra de pie sobre un suelo concreto y definido (a diferencia de las piezas anteriores) que asemeja un planeta. Además, sus brazos están levantados, sosteniendo la nube con ambas manos.

En un diálogo con el artista,  se comentó la posibilidad de que esto represente la autoconciencia. La figura volviéndose consciente de sí misma. En esta obra, el suelo adquiere mayor carácter al diferenciarse tanto de la figura como del fondo. La nube en sus manos podría remitir a la apropiación que realiza esta figura de su parcela consciente. La piel en este caso llega a un cenit de diferenciación entre la figura y el mundo. Sin embargo, esta autoconciencia, podría bien resultar una autoconciencia desdichada. Donde su posición mediadora y dicotómica entre lo celestial y lo mundano la hagan extrañarse de sí misma. Ya que está bifurcada; escindida.

El sexto cuadro retrata a la figura de pie, en contraste con el mundo, con un par de nubes disueltas flotando a su lado. La figura resuelve su escisión, pero esta solución contiene sus limitantes. En esta pieza hay una cierta sensación de angustia por parte de la misma hacia este mundo externo que se le ha hecho excesivamente concreto.

Podríamos pensar que es una representación del mundo de la razón que ha venido a suturar la escisión previa a costa de todo aquello que le era propio. Algo así como un producto de su estadio previo, como un exceso de apropiación. Una apropiación de sí misma hasta tal punto que ha perdido ese movimiento lúdico marcado en la primera pieza de la obra. Una apropiación de sí misma hasta tal punto que produce una cierta asfixia.

Esta asfixia es representada por la relación entre la figura, el fondo y los límites del cuadro. Ese límite tan específico, esa falta de espacialidad, pareciera imponer sobre la figura una pre conciencia del medio. En otras palabras, la figura se hace consciente de sí misma como obra plástica y pareciera sentirse asfixiada por este medio o este medio pareciera asfixiarla a ella.

La séptima pieza, en cambio, nos muestra a una figura y fondo que empiezan a tomar conciencia, no sólo de sí mismos, sino también de su medio. Este medio se devela en la aplicación densa del óleo que acumula su propia materia. Se observa como esta es una pieza sólida, en contraste con la fogosidad de las primeras tres, constituida por la densidad del pigmento que se devela a sí mismo como pigmento. Por otro lado, la figura se extiende, por primera vez, más allá del cuadro. La asfixia del recuadro anterior pareciera haber sido superada en este. La figura adquiere un nuevo tipo de realización. Sostiene una nube con su mano derecha, según el artista, pero también pareciera estar rasgando el mundo o el cielo. La nube también es más pequeña. El peso de la conciencia abstracta se vuelve ligero.

Es una especie de liberación, de catarsis pasiva. Hay un tipo de realización, reconocimiento y relación entre la figura y el mundo en y para sí misma. Tanto desde la densidad del pigmento, como la composición y el contraste cromático que parecieran indicar un tipo de momento específico y culmen en el desarrollo de esta figura que se ha venido construyendo en cada pieza. Momento culmen que puede ser interpretado por la realización final de la figura de su propio medio. En otras palabras, la obra en sí, como síntesis de la dialéctica de la figura y el mundo.

Finalmente, la octava obra, ubicada en un espacio aparte, pareciera clausurar de alguna manera este movimiento dialéctico. El séptimo capítulo de la Fenomenología del espíritu de Hegel, se titula “La Religión”; la séptima obra de la exposición se titula “El Lamento”. Se trae a Hegel y la fenomenología a coalición porque pareciera haber un diálogo indirecto e intencional con el orden de esta exposición.

Lo mismo se ha venido presentado a lo largo de cada trabajo de lectura realizado sobre las piezas. Puede (y muy probablemente lo sea) ser una afirmación excesiva y por lo tanto, se considera solo como la posibilidad de una especie de diálogo entre la exposición y el texto. Si la religión, en el libro, es el órgano que administra la muerte, la representación simbólica del cuadro “El Lamento” parece ser indicada.

Hay dos figuras con la misma superficie que las anteriores. Una de ellas se encuentra sobre una especie de Altar, en horizontal y se asemeja a un cadáver. La otra, en una verticalidad que conjura un ángulo recto con la figura postrada sobre el altar, observa el cadáver, dando la espalda al espectador. Ambas figuras forman lo que pareciera ser una cruz. Símbolo que puede reforzar la metáfora religiosa.

Roberto Carter

Asimismo, es la primera vez que entra una segunda figura en el cuadro. Una figura que observa a la otra. Como si el otro solo pudiera entrar a escena desde la muerte. Si se sigue la línea cuasi narrativa de cada cuadro, se podría pensar que el cadáver es la figura en su movimiento de clausura. Una especie de final que permanece abierto, debido a la presencia de la segunda figura. Esto da una sensación de continuidad.  Algo así como la posibilidad de ubicar la trascendencia en la transferencia especular con el otro, con el cadáver del otro.

También, si se desea esquematizar esta dialéctica se puede ver que cada movimiento podría asumir un lugar específico en el libro del filósofo alemán y el desarrollo de esta figura/conciencia:

Primer Infancia / Certeza inmediata

Segunda y tercera infancia / Percepción

Adultez temprana / Entendimiento

Adultez / La autoconciencia

Adultez tardía / La razón

Vejez / El espíritu

Muerte / La religión

Esta exposición, pareciera que nos narra el desarrollo dialéctico de una conciencia, espíritu y figura. Cada pieza representa movimientos específicos de la misma. Además, hay un estado de la materia transmutando en cada lugar. Una transitoriedad desde lo gaseoso hasta lo sólido -develada por el medio- manifestándose a sí mismo en la densidad del óleo.

Donde pareciera que conforme la figura va atravesando estos momentos de la conciencia, el medio se hace también consciente de sí. La riqueza narrativa, plástica y filosófica contenida en estas piezas por totalidad hace de la exposición una experiencia sumamente estimulante y principalmente si se tiene la posibilidad de compartir diálogo con el artista, Roberto Carter.

Agregar comentario

Deja un comentario

Descubre más desde Visión CR

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo