Nivaria Perera
Muy, muy lamentable el deterioro social en que vivimos.
Todos en alguna medida hemos contribuido al detrimento, al quebranto y a la pérdida de valores que como sociedad nos asistente, sobre todo en la materialización que nos ha asistido y se agiganta y ya nos aplasta donde los niños, jóvenes, adultos y ancianos no son dignos del respeto que nos asiste como seres humanos.
Hoy lloramos la pérdida de vida de unos jóvenes, hace unos días por un niño apaleado por otros menores en su centro educativo, sabemos de ancianos que los tiran al último rincón de la casa para no prestarle atención y/o no oír sus quejas e historias repetidas. De mujeres asesinadas a golpes por sus parejas o desconocidos o de esos insaciables violadores. No son casos aislados. Ya suman muchas las vejaciones.
La sociedad costarricense se ha deteriorado y todos muy tranquilos: Lloros y lamentos por unos días y nada más. Así muchos tranquilamente celebran como cosacos el gane de un partido de fútbol. Y gastamos gasolina a pito abierto por las calles de la ciudad, barrio, comunidad como en éxtasis social y mañana el mundo se terminará si no celebramos.
Podremos argumentar muchas versiones de responsabilidad por los hechos y por lo que nos sucede en este país, pero como grupo social somos todos en forma individual y grupal los responsables. Las redes sociales revientan de soluciones desde las más idílicas hasta las más violentas y llenas de odio y otras se esconden en eufemismos religiosos.
Somos una sociedad enferma.
Enferma de consumismo.
Enferma de irresponsabilidad.
Enferma de pobreza con aires de grandeza.
Enferma de estupidez.
No queremos reconocer que la amargura sembrada por ese materialismo, esa ramplonería que nos viene carcomiendo hace rato, esa avidez por tener lo ajeno o por ese deseo de ser como el otro, en querer entonces mancillar el cuerpo de aquel o aquella es un estallido por la acumulación de frustraciones y quebrantos n osolo materiales sino por la gran ausencia de valores.
Somos una sociedad expuesta a los hechos mundiales que nos asolan como palmeras en un vendaval porque no tenemos la fortaleza del Guanacaste, el roble o el cenízaro. Dejamos que nos robarán as raíces y nos dejarán en pura hojarasca.
Somos todos responsables por lo que ha pasado, pasa y pasará sino volvemos a enraizarnos patalee quien patalee, llore quien llore y huyan los que deben hacerlo.
Hemos hecho la bandera nacional el “estando yo caliente qué me importa la gente”, y qué belleza cuando el lenguaje popular la simplifico con el “que importa, a mí” se posicionó de todos y eh ahí las consecuencias morales y mortales en nuestro diario vivir.
Hemos sido simplistas, egoístas… muy egoístas. Este es el punto.
Así dejamos que las cúspides políticas, los grupos económicos y hasta religiosos hagan lo que les venga en gana y nos lleven en banda. ¿Y quién les pide cuentas?
Todos somos responsables.
Sí, nos hemos hecho de la vista gorda con el narcotráfico, la rampante corrupción en todas las esferas del quehacer nacional. Y entonces aparece por arte de magia otra de las banderas nacionales que se enarbola con astucia para evasión total, “no hay escándalo que dure tres días”. Y sucede a menos que haya mucho odio en los ojos y oídos para no dejar morir un tema por los dueños de los medios de comunicación.
Ya nos estalló la mentira y la sandez en la cara.
La pobreza de horizontes de las nuevas generaciones, sin estudios, sin trabajos a años vista, la decadencia de la educación. A un año del conocerse el “apagón educativo” aún no sabemos cómo y cuándo se va a enfrentar el problema.
Todos somos responsables.
¿Cuál padre de familia acusa a un profesor abusador, a un director irresponsable a una junta escolar que escamotea dineros de los alimentos y bienestar de los niños? No solo hablo de la educación pública. Hablo de que hay anomalías enormes en la educación privada y si hay una posición firme de un educador ante el avasallamiento de un padre, le dicen: “recuerde que ese niño es su cliente”.
Todos somos responsables.
Y, la pobreza extrema en viven cientos de familias no solo en la gran área metropolitana sino en todo el país como acabamos de ver en las imágenes de la televisión de familias que sus haberes son una simple mochila y un rancho estrecho y mal levantado en las zonas anegadas por las aguas de los ríos.
Da desazón y disgusto hablar de pobreza extrema cuando tenemos no sé cuántas instituciones que deben ser punto de apoyo y puente para los que menos tienen para generar el cambio. Pero ya nos enteramos como unos pocos se recetaron, durante la pandemia, con la cuchara grande dineros de todos dejando por fuera a los que requerían ayuda y aquí no ha pasado nada. Claro como podía pasar si las cúpulas estaban participando de la piñata de la construcción de vías que les catapultarían para un tercer gobierno rojo y amarilla.
Todos somos responsables.
Sin distingo de color políticos, jerarquía eclesiástica, los amos (porque así actúan como siglos antes) de estructuras económicas y usted y yo permitiendo que nos robaran los valores que no vamos a enumerar pero que nos permitirían una convivencia digna, pacífica, honorable, sana.
Hoy más que nunca la solución debe salir de nosotros: hacernos responsables con nuestras familias y de todos sus miembros.
Salir y ser responsables con los vecinos, con la comunidad y el país.
¿Cómo lograrlo?
Comprometiéndonos todos a alejar del ser nacional el espejismo de la riqueza, de la opulencia mal habida.
A ser responsables de nosotros, respetándome y respetando a los otros. Tomando conciencia de mi Ser. No culpando a otros de las situaciones que me atañen a mí resolver.
Dejando de lado los fanatismos que solo son eufemismos que favorecen a los “vivazos”.
No volviendo la cara o cerrando los oídos al llamado de trabajo personal y comunal para desenterrar los valores que como sociedad debemos acrecentar para vivir en con dignidad y paz.
Todos somos responsables… también de la solución. Empecemos hoy.
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