Heriberto Valverde, periodista
Podría, como el Presidente, ensayar aquí una serie de términos calificativos dirigidos en este caso a desvalorizar a los gobiernos, a los poderes públicos, a políticos y gobernantes, con el fin de que, hablándole a Pedro entienda Juan, y de esa manera deslegitimar su tarea en la sociedad.
Pero nada más alejado de mi formación y de mi estilo, y sobre todo de la búsqueda del bien común, que atizar la hoguera de las divisiones, de los enfrentamientos y de la mala fe, cuando el país está urgido de buena fe, de signos positivos que generen sinergia, trabajo en conjunto, patriotismo de verdad, para atender debidamente y con éxito los serios y profundos retos que vivimos.
A la par de su escalada de popularidad, llevada casi hasta el clímax en su reciente visita a Guanacaste, y en lugar de aprovechar esa circunstancia para darle fuerza a sus proyectos y cumplirle al pueblo la promesa de aliviarle la agobiante situación económica que vive, el Presidente ha subido un escalón más en su enfrentamiento con la prensa, dirigiéndose a ésta de una manera soez, pero manteniendo, mediante artilugios lingüísticos, la incertidumbre de ¿a quién se refiere?
Sin embargo, por esa misma inconcreción, el discurso del mandatario afecta a todo el conglomerado informativo, dañando su imagen y lo que es peor, minando su ya de por sí menguada credibilidad ante la ciudadanía.
¿Qué le sucede al Presidente?, ¿qué es lo que busca?, ¿por qué insistir en ese estilo confrontativo?, ¿a qué se debe esa amargura de la que no se salva ni siquiera su principal espadachín en las luchas con la prensa, su ministra de Salud, a la que impidió públicamente expresarse y decir lo que deseaba denunciar, con nombres y apellidos?
Quizá si el Presidente no hubiera callado a su Ministra, hoy sabríamos a quién se referían en sus quejas, de manera concreta, en lugar de mantener la nebulosa de “la prensa”. A lo mejor, si la denuncia se hubiera concretado, hoy sabríamos de qué se trata, y hasta podríamos estar de acuerdo con ella, y tendríamos un ejemplo concreto de prensa canalla y de periodistas ratas, presentadas ante las instancias correspondientes por mala praxis profesional, y eventualmente, acusadas ante los tribunales por el delito de que se trate en el mal ejercicio del periodismo y en el abuso de la libertad de expresión.
Hace unas semanas escribí sobre esta misma problemática del enfrentamiento Presidente-Prensa. Entonces concluí refiriéndome al mandatario “El presidente Chaves ha dado muestras de inteligencia política, él sabe que cuenta con apoyo popular, un apoyo popular muy circunstancial pero que le resulta suficiente y efectivo para “comprarse las broncas” que el país necesita y quiere que se compre; pero ¡sabe qué, señor Presidente!, por el éxito de su gobierno, por el bien de Costa Rica, escoja bien esas broncas y no se sienta en capacidad de considerar entre esas broncas todo lo que no le gusta.”
Hoy, con todo respeto, deseo hablarle a quienes aplauden las bravuconadas del Presidente contra la prensa. Más allá de que con razón, a veces con sobrada razón, estemos desilusionados, frustrados e indignados con los medios de comunicación que abandonaron la bandera de su misión social, postrándose ante el dios dinero o aliándose, a veces de manera oscura, con el poder político para satisfacer sus interese en contra de los del pueblo.
Por más desazón que sintamos ante un ejercicio periodístico caído con mucha frecuencia en la mediocridad, en la superficialidad y la falta de compromiso. Por más frustración que acumulemos respecto del papel de la prensa, no caigamos en la tentación de aplaudir y apoyar fórmulas como las utilizadas por el señor Chaves. La descalificación, la ofensa, la amenaza, el verbo encendido, no llevarán a nada bueno.
Por más amargura que haya en nuestros corazones, no dejemos que ella obnubile la razón, el entendimiento de que la libertad, la legalidad y la educación son el fundamento para cualquier salida a los problemas que enfrentamos como país, como democracia. Demandemos del señor Presidente el señorío de la libertad, el amparo de la ley y el apostolado de la educación.
Salgámonos de este círculo vicioso que solo más daño nos traerá.
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