José Luis Valverde, periodista
La cabra o cabro (no se le distingue el sexo) está a punto de dar el salto, luce segura, decidida, convencida, fuerte, el resto de su vida, posiblemente también el de su descendencia está en juego, algunos aplauden su fe y convicción, su enfoque en el destino final, la determinación del animal de no mirar el precipicio.
La cabra o cabro ya se vio al otro lado, no se cuestiona el más allá, no le consulta a nadie si tomó el camino correcto, los apoyos o consejos desde fuera le son indiferentes, igualmente le sucede con las oraciones del prójimo, en su profunda convicción las desdeña, siente el otro lado y ¡punto! Miles aplauden el vuelo, son sus partidarios y basta.
Otros no somos enemigos de la cabra o el cabro (no le veo los genitales), pero con esa, denominada en el fútbol visión periférica, la capacidad del jugador de levantar la vista para adivinar la próxima jugada o las luces largas del vehículo para otear el camino, advertimos, mire cabrita o cabrito, vea bien hacia adelante, de proseguir en el salto, el margen de maniobra al otro lado será imposible; mire bien la cavidad tan pequeña donde posarse, no parece haber espacio para devolverse, paredes verticales por doquier, el enorme precipicio.
Ni por asomo soy enemigo de la cabra o cabro, a este cuadrúpedo no lo puedo advertir, por dicha, a los humanos, por las experiencias vividas, la visión diferente de la situación, les podemos hablar, darles un consejo, en sus sentidos, (ahora se afirma que son mucho más de cinco), sabrá si se manda al vacío o enmienda los pasos.
Una visión diferente para nada me hace enemigo de la cabra o cabro, mucho menos de alguien, según las creencias, hecho a imagen y semejanza de Dios, personalmente en su convicción, por mi profesión, me puede denominar hasta de rata, no me ofende, en el fuero interno reposa la paz de haberlo advertido.
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