Ya desde julio del año pasado, el Centro Internacional de Política Económica (CINPE) de la Universidad Nacional (UNA), dio a conocer un análisis sobre la condición de pobreza de los costarricenses en el cual destacó que más de un millón cien mil personas en nuestro país, vivían con menos de 2.000 colones diarios. Y para nadie es un secreto que la situación en 2022 va de mal en peor.
En días recientes, desde el Colegio de Ciencias Económicas, expertos en la materia han hecho vehementes llamados al gobierno para que busquen soluciones viables y oportunas a las dolorosas circunstancias en que se han sumido muchas más familias costarricenses durante el primer semestre de este año, debido entre otras causas: al desempleo, las consecuencias del COVID 19 y a la ola de aumentos de precios que se ha desatado en Costa Rica, factores a los que se suman los estragos que los aguaceros torrenciales han hecho en distintas zonas del país, donde familias enteras han perdido sus sembradíos, casas y pertenencias, dejándolas en total desamparo.
Entre los hechos más preocupantes para quienes apenas sobreviven con ínfimas entradas de dinero, está el aumento de precios sufrido por un considerable porcentaje -72%- de los productos y servicios incluidos en la canasta básica. Alimentar a una familia resulta toda una proeza para miles de costarricenses en estos momentos en que, a duras penas, pueden poner alimentos en la mesa si acaso una vez al día.
En medio de este panorama tan desalentador, los productores nacionales -con justa razón- han expuesto claramente la urgencia de fortalecer la actividad agrícola en el país, decisión fundamental en momentos en que los organismos internacionales y muchas de las economías más relevantes del mundo han externado profunda preocupación por la crisis alimentaria -la hambruna- que está haciendo estragos en varios continentes y que amenaza con afectar a muchos más millones de seres humanos en nuestro planeta.
Favorecer los intereses de quienes importan productos básicos tales como el arroz, en detrimento de aquellos que lo cultivan en nuestro país, no es una de las acciones lógicas que pueda contribuir a paliar las necesidades de la familia costarricense, cuya dieta generalmente se centra en el arroz y los frijoles, plato al cual se le agrega -cuando se puede- alguna verdura o un huevo, porque muchos no prueban carne ni un solo día al mes.
Si no se endereza la barca, se favorece primero lo nacional y luego lo demás, veremos a muchos pequeños y medianos productores perder su fuente de ingresos y sumarse a la creciente categoría de pobreza y desempleo, lo cual redundaría en una aún más delicada situación social. Ni qué decir del desabastecimiento que podría afectarnos a cortísimo plazo con el consecuente impacto en el régimen alimenticio de grandes y chicos y por ende, en su salud. No es con falsa retórica y palabras melosas sino con medidas oportunas dirigidas a buscar una mejoría en las condiciones de vida de los sectores más vulnerables, como podremos salir adelante y combatir la miseria, la violencia y el hambre.
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