Visión CR

El Estado no produce riqueza

Jimmy Washburn Calvo, académico UCR

He leído en varias oportunidades que el Estado no produce riqueza, y, en consecuencia, las tareas de la función pública, además de onerosas, no contribuyen al bienestar económico. En otras palabras, razones de sobra para que recaiga sobre estas figuras una culpa por lo que no hace. Por supuesto, esta idea me hizo pensar en cuáles son las tareas del Estado y de la función pública, pues, si no generan riqueza, entonces, otras han de ser sus tareas, pero, parece que no son visibles o no consideradas relevantes. Los actores sociales se definen y justifican por sus actuaciones, por lo que una valoración de lo que cada uno hace requiere entender qué hace.

Si la tarea de la función pública no es sumarse a la maquinaria productiva del país, entonces, la relevancia de su actuación hay que buscarla en los requerimientos para la vida en sociedad, y ésta no se resume únicamente a producir riqueza. Preguntarse por la función pública y el Estado obliga a pensar qué ideas se tienen, igualmente cuando se discute sobre economía, qué idea anima el debate.  

Varias razones animan estas interrogantes. Primeramente, un debate requiere un terreno común en el que los interlocutores compartan ideas sobre lo que se quiere discutir. En segundo lugar, el tema acá traído y siguiendo la primera razón, obliga a preguntar cómo aproximarse a una justa comprensión de nuestra sociedad y sus partes, y, en tercer lugar, si la segunda razón se cumple, el esfuerzo por entender el tejido social (del cual la economía es un eslabón) a la luz de los diversos actores e instituciones y sin que sea entendido como sumatoria de sus partes. Si la imagen de producir riqueza fuera tomada como un ideal social, sería legítimo imaginar el país como un gran parque industrial, y el valor de la sociedad se determinaría por el mayor o menor capital producido. Pero, cualquiera desecharía esa imagen porque la vida que seguimos sugiere muchos más elementos indispensables desentendidos de cualquier propósito de producir capital. Ahora bien, cabe preguntarse si la generación de riqueza es un fenómeno (social) espontáneo que se organiza y regula por razones misteriosas y sus réditos únicamente brotarían sin cesar. Bien sabemos que esta situación hipotética es solamente eso, y que la economía de un país no opera de esa manera, pero, ello no ayuda a entender cuál es el problema con que el Estado y la función pública no sean entes dedicados a la producción de riqueza. 

Este ejercicio imaginativo recuerda el juicio al que fue sometido Sócrates en Atenas. En su defensa, narra cómo él preguntó a diversos personajes de la ciudad por sus oficios y su alarmante constatación fue que ninguno sabía dar cuenta de su quehacer. Si nadie sabía lo que decía saber hacer, era bien difícil saber qué bien hacía cada uno para la ciudad. La preocupación de Sócrates es comprensible. Traer a colación el juicio atestiguado por Platón anima la preocupación por la sociedad de la que somos parte, la orientación requerida, ¿de qué ideas, motivos o representaciones se alimenta? ¿En verdad cada costarricense tiene suficientemente claro qué sociedad quiere?  

A favor del Estado, a favor de la empresa privada. Es una expresión hermana de la arriba anotada que reafirma las preocupaciones acá consignadas. ¿La sociedad ha de polarizarse para su conformación y operación? Esta dicotomía llama la atención porque, al igual que la primera señalada, entrega una imagen compacta, de rápida divulgación y manejo, que genera una sensación instantánea de una idea clara de nuestro país y nutre un compromiso de fácil consumo. Por la conjunción de ambas ideas, podrían ensayarse varias comprensiones de nuestra sociedad. Antes se esbozó un escenario hipotético imposible si la vida (personal, familiar, comunitaria, etc.) se compone de muchas facetas, y cada persona se imagina a sí misma en actividades y momentos imprescindibles y respecto de las cuales, la producción de capital no es el propósito. 

La apelación a lo que está a la mano de cualquiera es una estrategia sencilla para pensar la sociedad -cómo está hecha, cómo funciona- y juzgar si las imágenes en cuestión ofrecen algo más que una lamentable estrechez de miras, generando un conflicto donde no existe. Un repaso mental de la historia, la poco o mucha que se traiga a la memoria, muestra la función pública y privada entreveradas, con momentos de cooperación, otros de enfrentamiento, mas no de una enemistad conducente a la guerra. ¿Será que los desencantos sufridos por las muchas corrupciones y por las componendas políticas atestiguadas han llevado a la desesperación y al cinismo? Sócrates fue un hombre justo condenado a muerte por razones que desmintió, pero, sus argumentos no lograron que el tribunal le diera la razón, la fuerza de las falsas acusaciones fue imbatible. Aun cuando se piense que las creencias se refuerzan por contar con evidencias, las hay cuya fuerza no requiere mas que la vinculación con identidades políticas y personales. La intención de desmentirlas solamente logra acrecentar ese vínculo, como se observa con la justificación del presupuesto universitario. Cualquier persona tiene acceso a la información sobre la labor de las universidades públicas, pero, las razones con las que estas instituciones son juzgadas prescinden de datos precisos.  La animadversión ha ido en crecimiento, junto con el estrangulamiento progresivo, al margen de la afectación del tejido social, si las universidades se ven obligadas a una contracción de sus funciones.

La pregunta, para cerrar esta reflexión, es por la sociedad que queremos, y cómo participa cada persona en ella. Volver la mirada a la convivencia, a la vida doméstica, las formas de esparcimiento, los lazos familiares y de amistad, las celebraciones que nunca faltan serían algunas razones poderosas con las cuales idear la sociedad en la que gocemos de reconocimiento, y descartar estas otras imágenes por su pobreza y hacernos caer en una trampa. 

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