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Lili Boulanger: un ángel vivió con nosotros

Jacques Sagot

Al lado de Hildegard von Binvgen, Fanny Mendelssohn, Cécile Chaminade, Clara Wieck, Sofía Gubaidúlina y Teresa Carreño, sigo hoy rindiendo mi pequeño homenaje a las grandes compositoras que el mundo sigue sin conocer.  ¿Por qué?  Porque eso que llamamos “el mundo” es, por definición, estúpido.

Flor de un día, ¡pero qué flor!

Schumann, 46 años.  Chopin, 39.  Mendelssohn, 38.  Mozart, 35. Bellini, 33. Usandizaga, 28. Pergolesi, 26. Pero Marie-Juliette Olga (Lili) Boulanger (21 de agosto de 1893 – 15 de marzo de 1918), con sus 24 años de vida, es la más efímera flor de la historia de la música. Su vida fue como un largo sueño lleno de armonía, de amor y de deslumbramiento de niña ante el mundo. Una breve perplejidad de ser… entre dos abismos insondables de no ser.  Apenas el tiempo necesario para experimentar el estupor y el émerveillement del vivir.

Lili era la hermana menor de Nadia Boulanger (1887-1979), longeva y mítica profesora y compositora parisina, que tuvo entre sus alumnos a Gershwin, Bernstein, Copland, Carter, Menotti, Thomson, Glass, Lipati y Paul Cooper (que fue mi profesor durante cinco años, y es uno de los compositores señeros de que puede vanagloriarse los Estados Unidos de América). Nadia era la gran dama de la música en Europa y América: oído absoluto, nivel de lectura a primera vista sobrenatural, memoria musical portentosa, capacidad para transponer una fuga de Bach a cinco voces a cualquier tonalidad mayor o menor sin vacilación.

La Pedagoga (así, con mayúscula), la maestra y tutora de innúmeros instrumentistas y compositores. Una figura tan temida como venerada. Capaz de leer a primera vista la partitura orquestal de la tremenda doble fuga del Credo de la Missa Solemnis, de Beethoven, tocando las partes de todos los instrumentos, del coro, de los solistas, trasponiendo sobre la marcha lo que fuese preciso transponer… y ofreciendo de la música una versión sublime por su hondura interpretativa (lo sé por Paul Cooper, testigo de la proeza). Así que ese monstruo era Nadia Boulanger.

Nadia Boulanger (1887-1979), longeva y mítica profesora y compositora parisina.

Lili no tenía la proteica fuerza creativa de su hermana, pero fue tocada por la gracia de una manera que Nadia no conoció.  Lo de ella fue magia, poesía, iluminación, epifanía… era otro nivel de artista.  Una bienaventurada, una verdadera hija de la Gracia.

Tenía “ángel”, “musa” y “duende” (para usar la terminología mítica lorquiana).  Lili no “se hizo” músico a punta de persistencia y disciplina: nació con la lira de Orfeo entre sus manos.  Un fenómeno mucho más cercano a Mozart que a Beethoven.

Ambas fueron hijas de un padre de más de 70 años de edad. Tanto él como la madre encomendaron a Nadia el cuidado de Lili, afecta a los 2 años de una neumonía bronquial de la que nunca se recuperó. De hecho, Lili, seis años más joven que Nadia, estudió con ella fuga y contrapunto.  Nadia tuvo que asumir el duro, ingrato rol del niño “parentalizado”, ese que debe encarnar la figura de autoridad de la casa prematuramente.

Ya con su primera obra –Fausto y Helena– Lili superó a su hermana, convirtiéndose en la primera mujer en ganar el codiciadísimo Prix de Rome, que habían obtenido Berlioz, Gounod, Bizet, Thomas, Massenet, Ibert, Caplet, Schmitt y Debussy, entre otros notables de los siglos XIX y XX. Bástenos con decir que ese monstruo llamado Ravel participó cinco veces y nunca lo ganó.  ¡Y una de las grandes ironías de la historia: el hoy completamente olvidado compositor de operetas Ernest Boulanger (1815-1900), padre de Nadia y Lili, lo ganó en 1835!

Con la mirada fija en la clepsidra

Frágil de salud, titánica por la fuerza de su espíritu, Lili ilustra elocuentemente el famoso apotegma de Poe: “No hay nada en el mundo tan fuerte como un débil”. Estudia con -ni más ni menos- que Gabriel Fauré, y comienza a producir a ritmo presuroso, como si intuyese su muerte prematura.

Lili fue la primera mujer en ganar el codiciadísimo Prix de Rome.

Le puso música a tres salmos: el 24, el 129 y el 130. Hay que oír esta música para entender lo que significa crear desde la angustia, con un ojo fijo en la clepsidra, viendo el vaso superior vaciarse gota tras gota. Su tercer salmo, titulado Desde el fondo del abismo, fue compuesto apenas a los 22 años… Lo único honesto –y útil– que puedo hacer, es dejar mi testimonio: esta música balbucida desde el fondo del alma cambió mi vida, hizo de mí un mejor ser humano. Todo lo demás son tecnicismos y futilidades en los que no quiero perderme.

Pese a su acendrada fe católica, Lili compuso una hermosa Plegaria budista para coro, tenor y orquesta. Es música devocional, llena de unción, de fervor. Cierto: hay en ella alguito de Debussy, Ravel o Fauré, pero el estilo es marcadamente suyo, y anuncia una ruta evolutiva totalmente divergente de la de estos grandes maestros.  Debussy también está presente en sus canciones y su música para piano predominantemente atmosférica, pero créanme: bajo el similar lenguaje finisecular de ambos, la sensibilidad de Lili emerge con absoluta individualidad e independencia del gran “Claude de France” –como gustaba llamarse a sí mismo–.  Es música esencialmente tonal, donde el eje armónico se ve debilitado y difuminado por disonancias, escalas exóticas, politonalidad, paralelismos de cuartas, quintas, sétimas y  novenas… todo ello opera como la técnica del sfumato en la pintura de Leonardo Da Vinci, donde los contornos y las líneas demarcatorias entre diferentes áreas cromáticas están “suavizadas” y como cubiertas de neblina (Monalisa, La virgen delas rocas, Juan el Bautista).

Amén de compositora prodigiosa, Lili era pianista, chelista, arpista, y organista (había estudiado este instrumento desde los 5 años, con el legendario Louis Vierne, organista de Notre Dame entre 1900 y 1937: murió tocando su instrumento, en mitad de un recital público). Lili no era una instrumentista: era toda una orquesta sinfónica.   El alma de la música, que pasó por el mundo sin que nos diéramos cuenta.

“Como las estrellas del firmamento”

Así decía trabajar Goethe: “Sin prisa y sin pausa, como las estrellas del firmamento”. Pero él, con sus 82 años de vida terrenal, podía darse el lujo de la pausa. Lili no. La neumonía bronquial debilitó su sistema inmunológico, y le acarreó la enfermedad de Crohn. Para sus últimas composiciones (los poemas sinfónicos De una tarde triste y De una mañana de primavera), su hermana Nadia tenía que sostenerle el lapicero y las partituras, mientras ella buscaba en el teclado, con su último aliento, las armonías que soñaba.

De hecho, Nadia tuvo que ocuparse piadosa y fraternalmente de añadir algunas indicaciones de tempo y dinámica que Lili no pudo anotar, y de perfeccionar detalles que quizás necesitaban pulimento al morir la autora.  No pudo haber tenido una más leal y devota albacea y asistente.

La impronta de Lili sobre sus colegas varones es inmensa: influenció ostensiblemente a Ravel, Honegger, Poulenc, Milhaud, al propio Stravinsky. Basta escuchar sus Sirenas (1911), para soprano, coro femenino y piano, para advertir de dónde viene toda la música que posteriormente evocaría a estas míticas criaturas.

Considero mi deber advertirles lo siguiente: las Sirenas de Lili son tan deliciosamente seductoras, tan perturbadoramente misteriosas, que Nausícaa hubiese renunciado a seguir hipnotizando marineros de haberla oído, y Odiseo hubiese considerado fútil la medida consistente en amarrarse a su mástil y taparse los oídos con cera… No lo hubiera resistido, como no lo resisto yo, ni hombre alguno que escuche este canto. Es música hecha para soñar, no para oír. ¡Estas sí son sirenas! ¡Las de Debussy y Ravel no son más que señoras cantando bajo la ducha!  Con ello quedan –como hermosamente decían nuestros campesinos de antaño– “alvertíos”.

Tan solo una plegaria

El Pie Jesu (1918) es el testamento musical de Lili. Fue dedicado a su hermana Nadia. Es harto posible que Lili estuviese planeando escribir una misa de Réquiem completa… pero de ella solo logró terminar el Pie Jesu. Es, junto con el del Réquiem de Fauré, el más hermoso de la historia de la música. Convoca una soprano –o voz blanca de niño–, un cuarteto de cuerdas, arpa y órgano: una instrumentación verdaderamente celestial. La muerte la segó cuando trabajaba en su ópera La princesa Malena. Nadia, entretanto, trabajaba denodada y épicamente para ayudar a los soldados franceses.  Insisto: el Pie Jesu de Lili no admite voces impostadas dotadas de vibrato –nada podría ser menos angelical–.  Es lo que también Fauré solicitó para el Pie Jesu de su Réquiem.  Aun así, hay cantantes tan vanidosos y ególatras, tenores tan testarudos y narcisistas, que persisten en cantarlo como si se tratase de una Heldenarie, una pieza de bravura para ser berreada tutta forza: ¡imperdonable!

El Pie Jesu (1918) es el testamento musical de Lili.

Como a Debussy, a la pobre Lili le tocó morir bajo el fragor de las baterías alemanas, en pleno Armagedón. De hecho, Debussy murió apenas diez días después de Lili, el 25 de marzo de 1918. Así pues, su última pieza fue una oración: “Piadoso Jesús, que quitas los pecados del mundo, danos el descanso”. Y el descanso le llegó a Lili después de una rápida agonía. Fue enterrada en el cementerio de Montmartre.  Es el mismo texto que Fauré usa en su pieza análoga.  Cuando Saint-Saëns oyó el Pie Jesu de su colega varón dijo: así como solo hay un Ave verum (el de Mozart), solo hay un Pie Jesu (el de Fauré).  A buen seguro, no había aún escuchado el de Lili Boulanger.  La verdad de las cosas es que centenares de compositores le han puesto música a esta minimalista y bella plegaria desde tiempos inmemoriales.  Pero bien comprendemos el sentido de la valoración de Saint-Saëns.  Igual podríamos decir que solo hay una “muerte del cisne”: la de Saint-Saëns.

En 1979, su hermana Nadia, cargada de sabiduría y alumnos distinguidísimos, reposaría a su lado a los 92 años de edad. Nadia fue una pionera femenina de la dirección orquestal.  Por supuesto, hubo músicos bajo su batuta que la irrespetaron y no le dieron crédito alguno.  ¿Una mujer encaramada en un podio, blandiendo fálica varilla?  ¡Que Dios nos libre de ello!  Siempre hubo y siempre habrá cretinos en el mundo.  Son la especie más abundante en la vasta biodiversidad humana del planeta.  Como la palabra francesa “boulanger” significa “panadero”, a los alumnos estadounidenses de Nadia les empezaron a poner apodos distintivos de origen repostero: el señor “Croissant”, el señor “Baguette”, el señor “Queque de naranja” y ocurrencias de este jaez.  Es una broma inofensiva y simpática: no la censuro.

He visitado su tumba compartida mil veces, en el bellísimo cementerio de Montmartre.

Jamás una relación de hermanas habría sido tan pura de toda mácula, tan limpia de envidias y mezquindades.  He visitado su tumba compartida mil veces, en el bellísimo cementerio de Montmartre, lleno de “vecinos” ilustres, y les he llevado a sus residentes flores de todo tipo.  Sé que no es lo más adecuado para Lili, pero he insistido en depositar rosas rojas.  No sé por qué lo hago, y no creo que sea importante determinarlo.  Me sale del corazón: eso es todo.

La comunidad científica bautizó el asteroide 1181 con el nombre “Lilith” para honrar a nuestra compositora. Hizo bien: las estrellas han de morar entre las estrellas.

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