La historia de Johnny Weissmuller, el hombre que fue Tarzán
Jacques Sagot, Visión CR.-
En tanto que actor no era precisamente sir John Gielgud. En tanto que nadador no era precisamente Michael Phelps. En tanto que golfista no era precisamente Tiger Woods. En tanto que clavadista no era precisamente Greg Louganis. En tanto que waterpolista no era precisamente Manuel Estiarte. En tanto que atleta no era precisamente Carl Lewis. No era “precisamente” nada. Y sin embargo fue más famoso que todos ellos juntos y elevados a la décima potencia. Sí, amigos y amigas: me refiero al gran Johnny Weissmuller.
A los millennials este nombre no les dirá nada. Los millennials ignoran todo lo que en el mundo aconteció antes de ellos. Tienen de sí mismos una percepción aberrantemente narcisista: la civilización comienza con su aparición en el theatrum mundi . Todo cuanto los precede es apenas un “entrenamiento”, un “ensayo a la italiana” para preparar el escenario que iba a acoger su triunfal entrada en la historia. La inmemorial saga humana sobre el planeta, que comienza con el homo sapiens sapiens hace 120 000 años y culmina en nuestros días, tuvo siempre por único propósito el advenimiento de esta raza de privilegiados, iluminados y übermenschen: nada más cuenta. Ellos son el télos, el terminusad quem de la historia.
Pero, por mucho que los contraríe, resulta que sí sucedió una que otra cosilla importante en el mundo, antes de que llegaran “aquellos que habían de ser” –si me permiten parafrasear a Juan el Bautista, aludiendo a Jesucristo–. Una de ellas fue el hombre al que hoy quiero referirme.

Johnny Weissmuller fue actor, nadador, clavadista, atleta, golfista, y en todos los patios donde le dio la gana entrar y dejar un ritual chorrito de orines, cavó huellas profundas, indelebles. La gente lo ha castigado con cierto grado de olvido.
Es que eso que llamamos “la gente” es una massa confusa, un nigredo de criaturas liliputienses que a durísimas penas, y arrugando la nariz como quien se toma una cucharada de aceite de ricino, pueden perdonarle al prójimo tener un talento, ¿pero dos, tres, cuatro, o una multitud de ellos? ¡Jamás de los jamases! El bicho humano no tiene la madera espiritual necesaria para ello. Esta excesiva concentración de talentos en un solo individuo despierta el “síndrome Salieri”, genera una crisis de orden teológico, hace que Caín se re-posesione del envidioso, lo mueve a pelearse con el Altísimo: Padre, Padre, ¿por qué este cretino fue dotado de tantos talentos y yo no? “Eli, Eli, ¿lema sabactani?” Es un problema de tipo economicista: cuestión de cantidades. Si un buen día se entera de que el “sobre-dotado”, el “mimado de los dioses” padecía al mismo tiempo de diez enfermedades mortales, posiblemente vean su sentido de la justicia equilibrado y apaciguado. ¡Todo sea, menos los excesivos chineos divinos sobre un prójimo y no sobre mí!
Johnny Weissmuller nació en Freidorf en 1904. La ciudad está hoy ubicada en Rumania, pero cuando Johnny vino al mundo era parte del Imperio Austro-Húngaro. Esa configuración geopolítica cambiaría radicalmente después de la Primera Guerra Mundial. En enero de 1905 toda la familia Weissmuller llegó a Nueva York desde Rotterdam, y se radicó en los Estados Unidos por el resto de su vida. En setiembre de 1905 nace el hermano menor de Johnny: Peter Jr. Muchos años después, cuando Johnny comienza a participar en campeonatos de natación a nivel nacional, debe mentir y ocultar su nacimiento en tierras foráneas. Los padres optan por permutar las actas de nacimiento de Johnny y Peter, de manera que “oficialmente” el primero se da por nacido en los Estados Unidos, y el segundo figura como ciudadano americano nacido súbdito del Imperio Austro-Húngaro. Fue una estafa por la que todos debemos felicitarnos.

Johnny padeció de poliomielitis, una enfermedad que causaba devastación en aquellos años, y reducía a los dolientes a vidas de discapacidad, parálisis, atrofia de las piernas, gran dificultad motil, y cuya prognosis era potencialmente mortal. No sería sino hasta 1955, con la vacuna inyectable creada por el doctor Jonas Salk; y en 1962, con la vacuna oral creada por el doctor Albert Sablin, que esta espantífera afección comenzó a ser controlada por la comunidad médica mundial. En 1995 todo el continente americano fue declarado libre de la poliomielitis. Conozco muy bien esta enfermedad porque mi abuelita paterna la padeció desde los seis años de edad hasta su muerte. Fue uno de los más cruentos flagelos de que el mundo guarda memoria.
Pues fíjense ustedes que, como mera terapia para evitar la atrofia muscular que la poliomielitis solía acarrear, Johnny fue inscrito en un club en el que le enseñaron a nadar, ¡y vaya si aprendió a hacerlo! Aquel niño filiforme y canijo llegaría a ser 52 veces campeón de natación de los Estados Unidos. Jamás perdió una de estas competencias, y se retiró de las piscinas olímpicas invicto. Como si esto fuera poca cosa, rompió 67 marcas mundiales. Participó en las olimpiadas de París 1924, donde ganó 3 medallas de oro, y en las olimpiadas de Ámsterdam 1928, donde ganó otras dos medallas de oro y una de bronce en la disciplina de wáter polo. Figura en todos los salones de la fama del deporte y es recordado como uno de los más grandes nadadores del siglo XX, por debajo apenas de Mark Spitz y Michael Phelps. Pero además fue un extraordinario waterpolista, sobradamente galardonado en esta disciplina colectiva. Para la guinda en el pastel, era también golfista profesional, y se alzó con incontables trofeos en esta lid.
Entre 1932 y 1948 Johnny Weissmuller dejó su nombre grabado en el bronce como actor hollywoodense, encarnando a Tarzán, el Rey de la Selva, el personaje mítico creado por Edgar Rice Burroughs, un escritor de enorme mérito que los lectores deben todavía descubrir y justipreciar como maestro de la ciencia ficción y del relato fantástico.
Creó a Tarzán en 1912, y conoció a todos los actores que interpretaron al “hombre mono” para el cine y la radio. Contrariamente a lo que muchos creen, Johnny no fue el primer Tarzán cinematográfico: lo precedieron seis actores hoy en día olvidados.

Rice Burroughs sintió inmediata simpatía por Weissmuller, y vio en él la más fidedigna representación de su personaje (aunque le reprochó siempre a los guionistas el no darle más material para la expresión oral).
Tarzán de los monos apareció en los cines en 1932, y generó inmediata sensación. Pronto fue necesario darle al hombre mono una compañera, y entonces los estudios Metro Goldwyn Mayer contrataron a la bella, pelirroja Maureen O´Sullivan para este rol. Faltaba un hijo… y ese fue el papel de Johnny Sheffield. Y ahora sí, la “familia nuclear” americana, trasplantada a la selva profunda del África subsahariana, había quedado perfectamente constituida.

Quiero contarles una cosa que me conmueve hondamente, y a la que posiblemente muchos de ustedes no den crédito: Weissmuller murió en 1984, O´Sullivan en 1998, Sheffield en 2010. La monita Cheetah, la original, la que aparece en la primera película de la serie de Weissmuller en 1932, sobrevivió a todos sus colegas actores, y murió apaciblemente en 2011. Representó un caso de longevidad insólita en la especie de los chimpancés, y ya viejita lucía llena de canas, con más pelitos blancos que negros… es una imagen que mueve a la ternura. Por supuesto, muchos chimpancés fueron usados en el rodaje de las doce películas de Weissmuller y de sus sucesores, pero la Cheetah original sobrepujó, en su “residencia en la tierra” (Neruda), a todos los miembros del reparto y de la producción, incluyendo camarógrafos, directores, guionistas, luminotécnicos, extras, etc.
El célebre grito de Tarzán no fue enteramente creado por Weissmuller: es su voz, pero modificada por el técnico de sonido Douglas Shearer. En realidad, lo que oímos es el grito de Johnny, “de atrás hacia adelante”. Se trata de una manipulación de sonido que la gente suele desconocer.
Todos los tarzanes posteriores tuvieron que aprender un grito antinatural y extremadamente difícil de imitar por cuanto “comenzaba” donde en realidad “terminaba”.

Yo vi las doce películas del ciclo Weissmuller en el cine Ideal, que quedaba frente al costado norte de Plaza Víquez. Habían sido el deleite de mi papá durante su infancia, y él se encargó de pasarme el relevo de esta devoción. Me acompañó a todas las tandas de matiné, explicándome detalles fascinantes sobre el personaje de marras y sus fantásticas intrepideces. Bueno, amigos y amigas, eso es lo que se llama tener un buen papá: no es preciso hurgar más en la psicología y las relaciones intrafamiliares para encontrar una mejor definición de este arquetipo.

Una de las películas que más me emocionó fue Tarzán en Nueva York. En ella el hombre mono era capturado y, como King Kong, traído a la civilización. Weissmuller saltaba –a falta de lianas–de azotea en azotea entre los rascacielos de la megalópolis, y como si esto fuese poca cosa, ejecutaba un espectacular clavado en el East River desde el puente de Brooklyn.
Es una altura de 37,8 metros. Cualquier clavadista, por avezado que sea, se abría roto la crisma. But, hey guys: after all, there is such thing as suspension of disbelief in movies, specially for a five year old kid! Give me a major break, ok? ¡El principio de verosimilitud no es crucial dentro de la literatura o el cine épico! ¡Existe, bien que mal, una figura retórica que se llama “hipérbole épica”: es la que nos permite creer que el Mío Cid y su espada Tizona eran capaces de partir por la mitad a un moro con su caballo y la piedra que había debajo!
En 1948 Weissmuller filmó su última película encarnando al larger than life character de Rice Burroughs: Tarzán y los pescadores de perlas. Se filmó en los acantilados de Acapulco. En ella vemos a clavadistas profesionales –y al propio Weissmuller– lanzarse al mar desde vertiginosos farallones, y caer en forma de daga justo en el momento en que la ola subía y alcanzaba su punto más alto (que de lo contrario era posible colisionar con las rocas del fondo con fatal desenlace).
Weissmuller conoció ahí a su quinta esposa, María Gertrude Baumann. ¿Y las Opus 1, Opus 2, Opus 3 y Opus 4? Pues no funcionaron, eso es todo. No sabría decirles por qué. Yo no soy un gossip columnist.

Johnny se apagó el 20 de enero de 1984 en su residencia de Acapulco, a los 79 años de edad. Había estado sufriendo de demencia durante algunos años, y volvía a tomarse a sí mismo por Tarzán: en mitad de la noche el viejito se ponía de pie en su cama, golpeaba el pecho, emitía el grito –que despertaba aterrorizado a todo el vecindario– y convocaba a sus pies a Tantor el elefante, a Cheetah la chimpancé, a Bolgami el gorila, a Duro el hipopótamo, a Gimla el cocodrilo, a Argus el águila gigante, a Gorgos el búfalo, a Lukota la descomunal tortuga, a Histah la pitón, a Sabor la leona… pero en lugar de esta mayestática y espléndida cohorte de fieras, quienes acudían eran los enfermeros encargados de inyectarle el tranquilizante y amarrarlo a la cama. Me dolió mucho, la muerte de mi héroe de infancia –es decir, de siempre–. Todos los actores que han encarnado a Tarzán después de Johnny me han hecho el efecto de usurpadores, de impostores. Le fui y le sigo siendo fiel a Weissmuller. Menciono a algunos, apenas para cumplir con el protocolo: Ron Ely, Alexander Skargard, Joe Lara, Tony Goldwyn, Mike Henry, Lex Barker, Gordon Scott, Buster Crabbe, Alex Linz, Elmo Lincoln y Wolf Larson. Salvo por Lex Barker y quizás Gordon Scott (no carentes de charme), me tienen todos sin cuidado.
Para no terminar en la umbrosa tonalidad de Re menor (la del Réquiem de Mozart), voy a contarles una historia divertida. En 1959 estaba Johnny en La Havana, Cuba, participando en un torneo internacional de golf de gran envergadura. De pronto, el lugar se llenó de agitación y de terror. Batista había caído, y Fidel Castro asumía el poder en la isla por el siguiente medio siglo. Un grupo de milicianos triunfantes hicieron irrupción dentro del club de golf, y amenazaron con detener a todos los ahí presentes. Johnny tuvo entonces una de las mejores ideas de su vida: entonó, impostó, e hizo estallar el grito inconfundible de Tarzán. Los revolucionarios quedaron perplejos. Uno de ellos, viendo el rostro inconfundible de Weissmuller, exclamó: “¡Esto es increíble, camaradas, tenemos entre nosotros a Tarzán, no es posible detenerlo ni llevárnoslo preso: es el rey de la jungla!” Esto sirvió para que Weissmuller y todos los ciudadanos estadounidenses ahí presentes fuesen cortésmente escoltados hasta el aeropuerto internacional José Martí, donde un chárter privado los recogió y depositó, sanos y salvos, en Miami. Entendámonos: no es que los milicianos fueran tan idiotas como para creer que Tarzán estaba en efecto jugando golf en La Havana. Simplemente reconocieron a un actor de prestigio, a una figura universalmente admirada y a un embajador deportivo de los Estados Unidos, y lo trataron con la deferencia que cualquiera le hubiera prodigado. Pero podemos estar seguros de que esos revolucionarios no olvidaron su adventicio encuentro con el hombre mono durante todo el resto de sus vidas.

Tal fue la vida vertiginosa, múltiple, prodigiosamente poliédrica, llena de preseas y victorias, de ese niño por el cual, al contraer la poliomielitis, nadie daba un cinco,y que parecía condenado a la silla de ruedas. Es que, ¿saben ustedes una cosa? Nada hay en el mundo tan fuerte como un débil.
Very interesting insight into Johnny W and into this author’s experience. Thank you.