Visión CR

Los cuatro rostros de la música

Jacques Sagot, Visión CR.

Cuatro sillas dispuestas en semicírculo en el centro de la sala.  Otros tantos atriles con sus partituras.  Ausencia que es ya casi presencia.  Silencio a punto de llenarse de música.  Las luces bajan de intensidad.  El foco cenital crea una isla luminosa en la negrura del proscenio. 

Se abre la puerta y entran cuatro señores o señoras.  Atildados, idénticamente ataviados, con sus melenas distintivas –y por ahí incluso un calvito que intenta caminar con la misma dignidad de sus colegas–.

Cuatro señores o señoras que son en realidad uno solo.  O si así lo prefieren, un solo señor dotado de cuatro voces diferentes. 

Porque estos conversadores van a tener que respirar juntos, palpitar juntos, estremecerse juntos (¡literalmente!)  Mirarse a cada momento.  Pasar las páginas de manera concertada.  Atacar las entradas a la señal exactísima de uno de ellos. 

Expuestos, desnudos.  No hay tuttis orquestales donde esconderse.  La cuerda floja, y sin red de protección.  La menor desafinación: un chirrido de uñas sobre la pizarra; el más insignificante desajuste: un pas de quatre donde los bailarines entrechocan, caen, ruedan, quedan panza arriba como abejoncillos, y tutús y miriñaques vuelan por todas partes.  ¡Delicada, delicadísima faena, la música de cámara!

DRAMATIS PERSONAE

Permítanme presentárselos: el primer violín, el segundo violín, la viola y el chelo.  Ahí lo tienen: el cuarteto clásico.  El género de cámara por antonomasia, a todo lo largo y lo ancho de los siglos XVIII, XIX, y buena parte del XX.  ¿Por qué no el contrabajo, y sí dos violines?  Por una cuestión de equilibrio: el volumen sonoro del contrabajo es descomunal, su presencia apabullaría a los demás instrumentistas.  Ya el sonido del chelo debe ser cuidadosamente ponderado, pues es bastante más potente que el de los violines y el de la viola, ¡no hablemos del contrabajo!

En rigor, un cuarteto es cualquier agrupación musical de cuatro instrumentos, verbigracia: sarrusofón, nnawuta, flexatón y mantshomane, ¿por qué no? (Un viaje gratuito a Viena a quien conozca alguno de ellos).

Pero cuando hablamos del cuarteto clásico, nos referimos, en lo sustancial, a la configuración antes mencionada.  ¿Por qué?  Pues porque Haydn escribió 85, Mozart 25, Beethoven 17, Schubert 16, Mendelssohn 11, Schumann 3, Brahms 3, Dvorak 12, y Bartók 6.   ¡Aun Verdi, compositor casi exclusivamente dedicado a la ópera, escribió su cuartetito, y muy bello, por cierto!

DEMOCRÁTICOS POR CONVICCIÓN

Equilibrio, balance, precisión de orfebres.  El primer violín intenta a veces robarse el protagonismo, pero sus compañeros no tardan en llamarlo al orden.  La esencia del cuarteto de cuerda es la igualdad de sus participantes en el discurso musical, la abdicación del ego del gran solista, la abolición de toda jerarquía.  El ego: esa embajada del Diablo que todos llevamos dentro, y que al hacer música suele ser deletérea.

Claro que los solos no están prohibidos, que un instrumento puede emerger momentáneamente al primer plano y los otros retroceder…  pero nadie se va a resignar a acompañar a un primadónico violín durante toda la obra sin rezongar.  ¡Y con razón!

No es que nuestros cuatro amigos carezcan de ego (¡a quién se le ocurriría esperar eso de un músico!)  Es que la naturaleza de su interacción los lleva a compartirlo, y a gozar además de la música como si de un solo corazón vibrando al unísono se tratase.  Cierto: el primer violín puede asumir un rol que nos recordaría a un director de orquesta: dar las entradas y establecer el tempo básico de la pieza, pero fuera de ello, su temps de parole no es superior al de sus compañeros.

DOLOR, PUDOR

Son locuaces, estos señores y señoras. Hablan, y hablan por espacio de una media hora (la duración promedio de un cuarteto de cuerda), pero nunca gritan.  Toman el té y gesticulan con maneras principescas, sin jamás atropellarse los unos a los otros.

La orquesta sinfónica es una catarata, millones de decibeles, clamor de muchedumbre exaltada.  Ellos, en cambio, conservan su compostura.  Son aristocráticos, patricios aun en el dolor y la melancolía, pues ¡cuántos cuartetos han sido vehículo para la expresión de la más pura intimidad del compositor! 

¿Quieren que les cuente un secreto?  La pieza que Beethoven más quería dentro de su monumental producción era el quinto movimiento (Cavatina: arioso dolente) de su Cuarteto Op. 130. “Es lo más conmovedor que jamás escribí.  Pienso en él y de inmediato se me llenan los ojos de lágrimas” –solía decir–.  ¿No les da curiosidad escucharlo?  Está subtitulado “Canto en modo lidio para dar gracias al Altísimo por la salud recobrada”.  Es, así pues, una oración, una plegaria henchida de gratitud.  ¡Ah, amigos y amigas: esos últimos seis cuartetos para cuerdas son lo más bello que Beethoven jamás creó!  Es música testamentaria.  Contemplativos, serenos, místicos, luminosos, extáticos… es claramente el dulce coloquio de un hombre que ya habla con Dios.

ASÍ CANTAN

Los dos violines como sopranos, ágiles, brillantes.  El chelo con un sonido más grande –si bien menos penetrante– cálido, noble: tenor, barítono y bajo a un tiempo.  Y en el medio la viola.  Algunos la creerían prescindible.  ¡Cuán equivocados!  Suprímanla y verán de inmediato el “hueco” que deja entre los agudos violines y el profundo cello.  La viola es menos fulgente que el violín, menos declamatoria que el cello, pero opera como la “soldadura” que los mantiene unidos.  Es el “tejido conectivo” entre los violines y el chelo.  ¡Cuánta delicadeza en su expresión, pudorosa y un tanto velada, y cuán llamativos esos momentos –más bien raros– en los que el autor le confiere la enunciación de una la melodía principal!

ASÍ JUEGAN

Pasarse los temas de mano en mano.  Acompañarse unos a otros.  De pronto el primer violín da inicio a una melodía… y el chelo la concluye.  Cuando les place tocan al unísono, luego divergen.  Se complementan, pero ocasionalmente también se disputan la palabra.  ¡Y ahora una fuga a cuatro voces que cualquiera de ellos comienza y los otros continúan!  ¿Y por qué no una serie de variaciones sobre un tema dado?

A veces se pellizcan (pizzicato).  Con más frecuencia cantan, y su canto es sereno, introspectivo.  Como si hablasen de amor.  A menudo vagan, buscando tentativamente sus palabras.  Por poco diríamos que están improvisando.

En Haydn tienden a comportarse como niños: corretean, se sacan la lengua unos a otros.  Con Mozart a menudo se quedan inmóviles, sumidos en inexplicable melancolía… hasta que con una sonrisa reencuentran el gozo del juego.  Y luego Beethoven.  Rezan, combaten, imploran, se aman.  Todo son sorpresas.  No hay dos compases predecibles, porque ninguna tormenta lo es.  

 UN POCO DE ARQUITECTURA

¿Y la estructura formal del cuarteto?  No entremos en pánico con esos términos italianos y alemanes que nos fruncen el ceño y nos hacen “¡búuu!”.  La cosa es muy simple: el primer movimiento es rápido, a menudo precedido por una introducción enigmática o vagarosa; el segundo es lento, contemplativo; el tercero pícaro y juguetón, y el cuarto vivaz y fogoso.   A veces los dos movimientos intermedios permutan su ubicación en la pieza.

Esencialmente, el mismo andamiaje formal de la sinfonía.  Ya está.  Lo demás es para la mesa de disección.  Aquí se trata de describir, no de destazar.

INTENSIDAD, SÍ, PERO NO ASPAVIENTO

La orquesta es la expresión de una muchedumbre exultante, o quizás doliente.  Los músicos de un cuarteto de cuerda son hierofantes.  Tocan “para adentro”.  Por poco se diría que oran.  Se vuelcan sobre sí mismos y el mundo deja para ellos de existir.

Sus melenas no se transforman en tempestades, no brincan como los directores en su podio, no se inflan cual sapos antes de reventar en el agudo de un aria operática.  Tocan con unción.  ¿A qué sacerdote se le ocurriría oficiar la eucaristía bailando?

El amor, la ternura son y serán siempre música de cámara.  Susurro al oído, caricia que encuentra sin buscar.  Intimidad aun en la más trepidante intensidad.  El sagrado silencio de la alcoba, su hábitat natural. 

También el cuarteto vive en los recintos íntimos y muere en los escenarios descomunales.  Música que a veces no dan ganas de aplaudir… porque nadie sería tan vulgar como para aplaudir un arco-iris, la aurora boreal, o una puesta de sol.  No se acerquen a ella si no es en actitud de castidad espiritual, con el corazón puro y sed de belleza y deslumbramiento.

Obras recomendadas

     Haydn; Cuartetos El Emperador, Las Quintas, La Alondra.

     Mozart: Seis Cuartetos dedicados a Haydn.

     Beethoven: Cuarteto Arpa, últimos seis cuartetos (Op. 127, 130-135).

     Schubert: Cuarteto “La Muerte y la Doncella”.

     Schumann: Tres cuartetos Op. 41.

     Brahms: Tres cuartetos (los dos Op. 51, y el Op. 67)

     Dvorák: Cuarteto “Americano”.

     Smetana: Cuarteto “De mi vida”.

     Borodin: Segundo Cuarteto (¡atención al chelo!)

     Chaicóvski: Primer Cuarteto.

     Verdi: Cuarteto.

     Debussy: Cuarteto de 1893.

     Ravel: Cuarteto de 1903.

     Fauré: Cuarteto en Mi menor.

     Bartók:  Cuartetos 4, 5, 6 (difíciles al principio, luego fascinantes).

     Shostakovich: Cuartetos 7, 8, 9, 15.

     Villa-Lobos: Cuarteto número 4.

     Ligeti: Segundo Cuarteto.

     Iannis Xenakis: Primer Cuarteto.

     Messiaen: Cuarteto “para el fin de los tiempos”.

     Dutilleux: Cuarteto “Así, la noche”.

Algunos de estos cuartetos son arduos para una primera audición.  Sonríales, y verá que ellos le devuelven la sonrisa.  No les frunza el ceño: son criaturas extremadamente sensibles. Ábrales de par en par las puertas de su corazón.

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